Cesare Beccaria
Mary Stone | mayo 29, 2023
Resumen
Cesare Beccaria (1738-1794), aristócrata milanés, es considerado el principal representante del iluminismo penal y de la Escuela Clásica de Derecho Penal. Imbuido de valores e ideales ilustrados, se dio a conocer por impugnar la triste situación en que se encontraba la esfera punitiva del Derecho en la Europa de los déspotas, sin impugnar, no obstante, el orden social imperante en su conjunto. Sus obras, más concretamente la titulada «Sobre el crimen y el castigo», se consideran los fundamentos del derecho penal moderno. Las proposiciones contenidas en ella diseñaron arquitectónicamente la política y el derecho modernos: igualdad ante la ley, abolición de la pena de muerte, erradicación de la tortura como medio de obtención de pruebas, establecimiento de juicios públicos y rápidos, penas coherentes y proporcionales, entre otras críticas y propuestas encaminadas a humanizar el derecho. De este modo, Beccaria replanteó el derecho y la pena a partir de un análisis filosófico, moral y económico de la naturaleza del ser humano y del orden social.
Se le asocia entonces con la «Escuela Clásica de Criminología», pero aquí conviene hacer algunas reservas sobre esta denominación. En primer lugar, el concepto de criminología como disciplina centrada en el estudio sistemático de la delincuencia sólo aparece un siglo después de la muerte de Beccaria. Por lo tanto, dicha denominación es anacrónica. En primer lugar, el concepto de criminología como disciplina centrada en el estudio sistemático del delito surge sólo un siglo después de la muerte de Beccaria. De este modo, en el caso de Beccaria, sería menos erróneo hablar de una «Escuela de Ciencias Penales» como una aglomeración laxa de pensadores reunidos sobre bases teóricas más o menos comunes, y que abarcan no sólo la criminología, sino también las políticas públicas, el derecho penal y la ejecución penal.
Hechas estas salvedades, puede decirse que Beccaria entendió el fenómeno social del delito a través del punto de vista de la racionalidad: el sujeto realiza un cálculo racional cuyo producto, es decir, su elección, es el delito. En otras palabras, es el producto de una elección racionalmente calculada cuyo fruto es la irracionalidad: el delito es la elección racional equivocada.
Partiendo de este supuesto, el pensador clásico se pregunta cómo sería posible su prevención. Consistentemente, la prevención se produce a través del papel de las leyes y las penas para influir directamente en el proceso de toma de decisiones del individuo, en el sentido de disuadirle, de hacerle «pensárselo dos veces». Por lo tanto, la ley debe ser previa, escrita y publicitada para que el sujeto la conozca y, en consecuencia, para que desaliente su actitud irracional – sabrá que tendrá que cumplir condena. Sin embargo, para que este razonamiento se consolide, es fundamental que, en la aplicación de la pena, el proceso sea público – permitiendo la verificación de su eficacia – y rápido – ya que la firme asociación en la mente de las personas entre crimen y castigo depende de un corto espacio de tiempo entre esta causa y su consecuencia.
Esta forma de concebir la criminología fue sumamente importante para el desarrollo de un derecho penal más humanizado y basado en la seguridad jurídica; sin embargo, tal concepción fue superada: resultó ineficaz aumentar las penas para intimidar a los sujetos a fin de reducir la incidencia delictiva.
Para comprender adecuadamente el surgimiento y la importancia de la obra de Beccaria, hay que tener en cuenta la particularidad del contexto y del medio en el que se insertó el autor. Por un lado, vivió bajo un gobierno despótico, en el que la población se sometía a los poderes totalitarios de la Iglesia y del Príncipe. Por otro, el siglo XVIII fue el apogeo de las grandes transformaciones que tuvieron lugar en Europa: hubo una enorme agitación cultural, difusión de los ideales ilustrados, legados literarios y filosóficos del humanismo, difusión del racionalismo filosófico, teorías iusnaturalistas, contractualistas, utilitaristas. En resumen, los conflictos entre razón y espíritu dieron lugar a múltiples variantes filosóficas que desafiaron el orden social imperante.
Entonces, a partir de las ideas de Montesquieu y Denis Diderot, surge la figura del despotismo ilustrado: para que los hombres sean felices, la sociedad debe organizarse de modo que se observen las leyes naturales (derivadas únicamente de la constitución del ser). De este modo, los gobernantes eran elegidos por la sociedad para garantizar tales derechos con los poderes que se les otorgaban. En este camino, la dinastía de los Habsburgo llevó a cabo reformas en Italia, y los filósofos de la Ilustración se adhirieron a este proyecto modernizador de la Corona austriaca. Por lo tanto, las propuestas de Beccaria, además de su inspiración humanitaria, impugnando la arbitrariedad permitida por el orden social, estaban motivadas por la intención de dar mayor eficiencia al sistema penal, considerando que este proyecto político del absolutismo en el siglo XVIII también tenía en mente la modernización y el fortalecimiento económico de la región. Así, conciliando el dirigismo social de la teoría utilitarista (Helvétius) con la imagen del rey legislador, la obra de Beccaria concibió un modelo penal constituido por métodos eficaces de intervención social, que permitían al monarca dirigir la sociedad. En otras palabras, en la obra de Beccaria, las cuestiones humanitarias acompañan a las cuestiones de otro orden, desde el momento en que la teoría utilitarista tenía el papel de proporcionar al soberano métodos para la subordinación de la sociedad civil, lo que implica un relativo desprecio de la autonomía del sujeto.
Como ya se ha mencionado, Cesare Beccaria estuvo muy influido por varios pensadores, principalmente francófonos, dada la gran influencia de la cultura francesa en la época. Entre ellos se encuentran Denis Diderot (L’Esprit) y Montesquieu (Lettres Persanes), Jean-Jacques Rousseau (Contrato social), Helvetius, Thomas Hobbes, Condillac, Francis Bacon y otros. El propio Beccaria atribuyó especial importancia a Montesquieu cuando escribió al abad Morellet en 1766: «El momento de mi conversión a la filosofía se remonta a cinco años atrás, y se lo debo a la lectura de las Cartas persas.
A pesar de toda esta influencia teórica, es muy probable que las obras atribuidas a Beccaria no hubieran existido sin la Accademia dei Pugni, colaboradora del periódico Il Caffè. Gran parte del contenido de «Sobre el crimen y el castigo», así como el estímulo para escribirlo, provino de los hermanos Pierro y Alessandro Verri, importantes miembros de dicha academia. En una carta de Pierro a Alessandro, en 1780, este último dice: «Beccaria escribió el libro y cualquiera que conozca el estilo comprenderá que no es mío; sin embargo, podría decir en verdad que este libro no se habría publicado y escrito sin mí, porque buena parte de las ideas fueron desarrolladas por ti y por mí, buena parte relativa a la tortura fue tomada de mis observaciones, que yo había escrito y que refundí en un discurso sobre las malvadas «uciones» y en la apologia (respuestas dadas a Fachinei) el autor sólo participó para acosarnos en el trabajo».
Los hermanos Verri y Beccaria introdujeron en el derecho penal las nuevas concepciones de matriz iluminista, concentrándose sus reflexiones, críticas y proposiciones en el tratado Dei delitti e delle pene (fue muy leído en Europa y EE.UU., influyendo en la organización de sus sistemas judiciales y procesos legales -por ejemplo, sirvió de base para la reforma judicial en Lombardía, y varios de sus principios se incorporaron a la constitución estadounidense-. También influyó en pensadores posteriores, como Jeremy Bentham. Entre sus partidarios de la época se encontraba el filósofo Voltaire, quien, en un comentario sobre la obra del noble italiano (1766), afirmaba: «Beccaria rechaza toda idea de expiación, de venganza divina, para limitar la función de la pena a la utilidad social. Aspira a penas moderadas, ciertas, rápidas; prefiere la prevención a la represión. Defiende la igualdad y la legalidad de los delitos y las penas. Por último, en cuanto a la pena de muerte, es el primero de los abolicionistas, aunque hace dos excepciones al principio de la abolición.
Cesare Bonesana, marqués de Beccaria, nació el 15 de marzo de 1738 en la ciudad de Milán, Lombardía, que en aquella época estaba bajo dominio austriaco. Tanto su padre, Giovanni Severio Beccaria Bonesana, como su madre, Maria Vistonti, pertenecían a la aristocracia.
La relación con su padre, cuya autoridad desafió en 1761 al casarse con Teresa di Blasco, una mujer condenada a pertenecer a una clase social inferior a la suya, era difícil. Tal desencuentro hizo que las condiciones económicas de Beccaria fueran muy precarias en aquella época. La pareja tuvo dos hijas, Maria y Giulia. Esta última se casó con Pietro Manzoni, con quien más tarde tendría a Alessandro Manzoni, autor de «Los novios». Tras la muerte de su primera esposa, en 1774, Beccaria se casó ese mismo año con Ana da Casa dos Condes Barnaba Barbo, con quien tuvo a Giulio Beccaria.
Estudios
En su educación básica, Beccaria estudió en el colegio jesuita de Parma y posteriormente se licenció en Derecho en la Universidad de Pavía en 1758.
Los años bajo la tutela de los jesuitas en Parma fueron, en su opinión, inútiles. Con un modelo educativo caracterizado por el propio pensador como «fanático», Beccaria se rebeló contra los métodos autoritarios de enseñanza, criticando la actitud inflexible y dogmática de sus profesores, que acababa por hacer que el proceso de aprendizaje fuera, en su opinión, desalentador y poco estimulante. Las materias consideradas esenciales para la educación de un aristócrata, por tanto, no despertaban ningún entusiasmo en Beccaria.
Algunos críticos creen que todos estos años crearon en este hombre joven y frustrado letargo y descontento, jugando al mismo tiempo un papel importante en la elaboración de su obra sobre la reforma penal. En el mismo sentido, también se cree que la difícil relación establecida con su padre contribuyó a su postura crítica contra los ideales y privilegios aristocráticos que marcaron la época en que vivió.
«L’Accademia dei Pugni y la influencia de los hermanos Verri
Tras graduarse, Beccaria regresó a Milán y comenzó a interesarse por obras filosóficas, como las Lettres persanes de Montesquieu, una sátira de las instituciones políticas y religiosas que despertó en él el interés por este tipo de discusiones. Con ello, Beccaria comenzó a leer más obras filosóficas, especialmente las de los enciclopedistas franceses. Además de la filosofía, también le llamó la atención la literatura.
Su interés por la penalogía y el crimen, sin embargo, surgió de su contacto y asociación con los hermanos Pietro y Alessandro Verri, que también tuvo lugar cuando Beccaria tenía unos 20 años. Alessandro era un escritor creativo. Pietro era un distinguido economista italiano que había estudiado en profundidad las obras de pensadores políticos y económicos británicos, así como de filósofos franceses. Con este dominio del saber, Pietro se dedicó a difundirlo, junto con los ideales de la ilustración europea, en la región de Lombardía, aprovechándolos para construir un proyecto de reforma social, política, económica y jurídica. Los hermanos consiguieron reunir a un grupo de jóvenes interesados en el estudio y la discusión de temas filosóficos y literarios, un grupo conocido como L’Accademia dei Pugni -la Academia de los Puños-, del que Beccaria era miembro.
El grupo se reunía en la casa de los Verri y fue en él donde Beccaria encontró el aliento y el estímulo que más tarde se tradujeron en sus trabajos sobre la reforma penal. El ambiente creado con estas discusiones intelectuales, acompañadas del estudio de diversos problemas sociales de la época, despertó en Beccaria un intenso deseo de cuestionar diversos aspectos de la sociedad del siglo XVIII. Los blancos de este ataque fueron el desorden económico, el pensamiento religioso cerrado y conservador, la tiranía burocrática y el fastidio intelectual . Fue también en la Academia de los Puños donde Beccaria se familiarizó con las obras de Thomas Hobbes, David Hume, Denis Diderot, Claude Adrien Helvétius y Charles-Louis de Secondat (más conocido como Montesquieu).
Un ejemplo del compromiso de este grupo fue la lucha por liberar Milán del dominio de Carlos VI de Austria, combatiendo a las instituciones que entonces administraban el ducado. La difusión de las ideas se hizo a través de la publicación periódica Il Caffè -de la que Beccaria fue uno de los colaboradores entre 1764 y 1766-. El nombre de esta publicación periódica está relacionado con el hecho de que el consumo de café fue durante mucho tiempo repudiado, especialmente por la Iglesia católica, que lo consideraba un producto impuro y mahometano.
Sobre el crimen y el castigo (1764)
La primera obra publicada por Beccaria fue Del disordine e de’ rimedi delle monete nello stato di Milano nell’ anno 1764, en el año 1764. Esta monografía, hoy en día muy importante, discutía los primeros derechos humanitarios. En su obra, critica algunos métodos punitivos del Estado, como la pena de muerte y el uso de la tortura como medio para obtener confesiones y pruebas acusatorias. Con esta obra, Beccaria fue perseguido por muchos políticos y juristas, pero su obra tuvo mucha influencia en todo el mundo, incluso en la constitución brasileña y en el propio Código Penal.
Aunque se interesó por debatir sobre filosofía, literatura y las cuestiones y problemas de su época, Beccaria nunca tuvo un afán extremo por escribir. Más bien al contrario, como había afirmado Pietro Verri, Beccaria se mostraba a veces perezoso y falto de motivación. No era infrecuente que se le asignaran tareas para que realizara su trabajo. Y fue una de estas tareas la que finalmente culminó en la obra que le proporciona, aún hoy, un gran reconocimiento: Sobre el crimen y el castigo (en italiano: Dei Delitti e Delle Pene).
Se especula que cuando Beccaria tuvo que afrontar la elaboración del trabajo que daría lugar a esta obra, no sabía nada de penalogía. Fue Alessandro Verri quien, al ostentar el cargo de Protector de Prisioneros, pudo prestar a Beccaria la ayuda y las sugerencias necesarias.
El derecho penal en la Europa del siglo XVIII era en general represivo, incierto y bárbaro, y permitía prácticas arbitrarias, abusivas y a menudo corruptas. La privación de la libertad, la vida y la propiedad no se producía de acuerdo con lo que hoy llamamos el debido proceso legal. Se admitían acusaciones secretas y se dictaban condenas sobre la base de pruebas inconsistentes.
La discrecionalidad de los jueces en cuanto al castigo de los condenados por delitos era ilimitada, y las penas variaban según su voluntad o la clase social del individuo.
Las condenas a muerte eran habituales, precedidas de atrocidades inhumanas contra los condenados, y en la práctica no se hacía distinción entre acusados y condenados: ambos eran internados en la misma institución y sometidos a los mismos horrores de encarcelamiento, independientemente de su edad o sexo.
Es contra este sistema de derecho penal -sus crueldades, irracionalidad y abusos- que la obra debe ser analizada. De este modo, es posible reconocer su carácter innovador, humanitario y revolucionario, en la medida en que se propone escribir observaciones socio-políticas sobre los problemas de este derecho penal.
De delitos y penas comenzó en marzo de 1763 y el manuscrito se terminó en enero de 1764. Se publicó por primera vez de forma anónima en julio de 1764, cuando Beccaria tenía 26 años. Sólo cuando el libro fue aceptado por las autoridades, Beccaria le puso su nombre.
La obra tuvo un éxito inmediato y un gran reconocimiento por parte de quienes la leyeron. Sin embargo, muchos no estuvieron de acuerdo con la obra. El hecho de que se publicara de forma anónima indica que las ideas contenidas en ella iban en contra de muchas de las creencias de quienes determinaban el destino de los acusados y condenados por delitos. Así, como ataque al sistema dominante de administración de justicia penal, la obra despertó la hostilidad y la resistencia tanto de los beneficiarios como de los defensores de unas instituciones de castigo arcaicas y bárbaras.
Viaje a París
En 1766, Voltaire y otros enciclopedistas franceses, impresionados por los conceptos expuestos en Sobre el crimen y el castigo, pidieron a Beccaria que viajara a Francia para debatir ideas. El italiano visitó entonces la ciudad de París ese mismo año. Pietro Verri le acompañó en este viaje, que sólo duró dos meses porque Beccaria echaba de menos el ambiente apacible de Lombardía.
Aunque la obra presume una personalidad audaz y desinhibida, Beccaria era tímido, observador y retraído. Fue después de este viaje a París cuando se produjo un desacuerdo entre Beccaria y los hermanos Verri por acusaciones de apropiación indebida de ideas. Esta discusión sobre la autoría de la obra existe hasta nuestros días. Está claro que Beccaria se vio impulsado a emprender el estudio por los Verri y otros miembros de la Academia, y que sus discusiones y consejos desempeñaron un papel clave en la consolidación de la obra. Se sabe que el manuscrito fue editado antes de su publicación por Pietro Verri, que reordenó el texto, suprimió algunas partes y añadió otras. A pesar de esta controversia, en la actualidad está ampliamente aceptado que Beccaria puede considerarse el autor principal de Sobre el crimen y el castigo.
Carrera profesional
En 1768, Beccaria asumió la cátedra de Economía Política en la Escuela Palatina de Milán, cargo que sólo ocupó dos años. La institución formaba a personas destinadas a la administración pública. A través de las clases, siguió transmitiendo sus ideas, que influyeron en las reformas judiciales y de otro tipo en Lombardía. Estas conferencias fueron recopiladas y publicadas en 1804, diez años después de su muerte, y se consideran su segunda obra publicada más importante.
Catalina II, emperatriz rusa entre 1762 y 1796, invitó a Beccaria a enseñar en el Imperio ruso.
En 1771, Beccaria fue nombrado consejero del Consejo Supremo de Economía, del que Pietro Verri era presidente. Fue miembro de este Consejo durante más de veinte años.
Influencia
No sólo la difusión de su obra, sino también el hecho de que enseñara a personas que llegarían a ocupar cargos en el gobierno, hizo que sus ideas generaran reformas en la región de Lombardía. Sin embargo, estos efectos también se apreciaron en otras regiones, ya que su obra fue muy leída y respetada en muchos lugares diferentes, un factor que hizo que sus ideas desempeñaran un papel importante en la organización de los sistemas judiciales y la estructuración del proceso legal.
Bajo la influencia de la obra de Beccaria, la emperatriz María Teresa de Austria abolió la tortura en 1776. Voltaire, por su parte, calificó el libro de Beccaria de verdadero código de humanidad. La emperatriz Catalina II del Imperio Ruso ordenó la inclusión de los conceptos del libro en el Código Penal de 1776. En 1786, Leopoldo de Toscana promulgó la primera ley que adoptaba las reformas preconizadas por Beccaria en el territorio que hoy ocupa Italia. En el Reino de Prusia también se produjeron reformas en esta línea, llevadas a cabo por Federico el Grande.
Muerte
Cesare Beccaria murió de apoplejía el 28 de noviembre de 1794, a la edad de 56 años. Fue enterrado en el Cimitero della Mojazza.
Es en la obra Sobre el Crimen y el Castigo donde podemos encontrar lo que se reconoce como la aportación y teoría de Cesare Beccaria respecto al Derecho Penal. A pesar de la controversia sobre la autoría de la obra (como se expone en el artículo Viaje a París), hoy es ampliamente aceptada la atribución de esta autoría a Beccaria. Es a él, por tanto, a quien se atribuye el mérito de las innovaciones y reflexiones presentes en la obra.
Presentación
En la advertencia inicial de su obra, Beccaria resume su pensamiento e indica el motivo que le llevó a escribir el libro: la prudencia en relación con la religión y el poder constituido. Así, formula sugerencias para la elaboración de nuevos códigos. Pretende, con su obra, humanizar el derecho, especialmente el derecho penal y la ejecución de las penas, que quedaban al arbitrio del monarca y del juez. En este sentido, se opone a la crueldad de las penas y a la irregularidad de los procedimientos penales y se rebela contra las atrocidades cometidas en nombre de la ley, la justicia y el orden público.
El autor recibe una gran influencia de Montesquieu, con su libro «El espíritu de las leyes», y de Rousseau, con su obra «El contrato social». Esta última, en particular, contiene los principios básicos del libro de Beccaria, ya que trata del pacto social que supone la enajenación total de cada miembro de sus derechos en favor de la comunidad. De ello resulta un cuerpo moral y colectivo movido por el derecho, que sería la voluntad colectiva y general representada por la persona del Estado. Así pues, para Beccaria, quienes cometen actos delictivos no respetan el pacto contractual y deben ser inevitablemente castigados. El autor pretende aplicar estos principios al derecho vigente en su época, formulando las nuevas bases filosóficas del derecho penal y procesal penal modernos.
Otra influencia que Beccaria había recibido, concretamente del discurso de Thomas Hobbes, y que había incorporado a sus propuestas era la comprensión del ser humano como hedonista por naturaleza. El hombre se mueve por la búsqueda del placer y la satisfacción, como también busca, en la misma medida, evitar el dolor y el malestar. Así, calcula racionalmente los posibles cursos de acción, actuando de la forma que cree que maximizará la satisfacción de sus deseos.
Abordó así el problema de las relaciones existentes entre súbditos y soberanos en materia de legislación, en particular penal. Para ello, combatió las injerencias dictatoriales en la legislación y negó el derecho del monarca a promulgar una ley por su sola autoridad.
Según Beccaria, la soberanía de la nación estaría confiada a las manos de la autoridad, que recurre a medios punitivos contra las violaciones de las leyes, atendiendo a las características del momento histórico, a las condiciones locales y al carácter del pueblo. En consecuencia, el conjunto de las parcelas mínimas de las libertades confiadas a esa autoridad conforma el derecho de castigar, en el que cualquier abuso e injusticia se caracterizan por el exceso. Por lo tanto, las penas que traspasan los límites trazados por la seguridad y el orden público se caracterizan por ser abusivas e injustas. En este sentido, las penas sólo podrían ser creación de una ley general, humanitaria y aplicada por el magistrado. Las que son atroces ofenderían el bien público y desvirtuarían su finalidad, que es prevenir el delito.
Como sostiene Elio Monachesi, «la teoría del contrato social es la premisa principal del silogismo de Beccaria y, apoyándose en esta proposición básica, el resto del argumento de Beccaria no sólo es lógico sino inevitablemente persuasivo».
Como se expone en la introducción de este artículo, Beccaria suele insertarse en la llamada Escuela Clásica de Criminología. Sin embargo, éste es un término inapropiado y una caracterización anacrónica. Beccaria no fue criminólogo, hasta el punto de que la disciplina dedicada al estudio sistemático del delito no surgió hasta un siglo después de su muerte. Tampoco perteneció a ninguna «escuela» que se adscribiera a un conjunto coherente de ideas. El término criminología fue utilizado por primera vez por el antropólogo francés Topinard, cuya principal obra apareció en 1879. Así, para los autores del siglo XVIII y principios del XIX, como Beccaria, cuyo principal interés era el castigo o el tratamiento más que el análisis científico y la observación de la delincuencia y los delincuentes, la caracterización como «penalista» o «reformador penal» es más apropiada.
Desde este punto de vista, la criminología, como estudio de las determinaciones del delito, es una consecuencia evolutiva del estudio de la penalogía. Autores como Beccaria que, por impulsos humanitarios, condenaron las crueldades presentes en el derecho centrado en el castigo, no pretendían crear una nueva ciencia, ya que la criminología se consolidaría por sí misma. Beccaria, por lo tanto, puede ser visto como alguien que introdujo la humanidad en el derecho, y no la ciencia.
Beccaria admite tres fuentes de las que derivan los principios morales y políticos que regulan a los hombres: la revelación, la ley natural y las convenciones artificiales de la sociedad, y hay tres formas correspondientes de justicia: la justicia divina, la justicia natural y la justicia humana o política. Esta tercera depende de la sociedad y del momento, a diferencia de las otras dos, que son inmutables y constantes. Beccaria cuestiona la justicia humana, que está sujeta a errores y contradicciones que provienen del hombre, y no de Dios. Este punto se opone a las críticas de «incrédulo» y «conspirador».
Hechas estas reservas en relación con la Escuela Clásica, Beccaria, como miembro de esta escuela, admite algunos conceptos:
Delito: elección racional equivocada. A partir de la comprensión de este fenómeno social desde el punto de vista de la racionalidad, el sujeto realiza un cálculo racional cuyo producto es la irracionalidad, o elección racional equivocada.
Castigo: basado en una predicción previa, escrita y publicitada del castigo, se convierte en un instrumento para disminuir los delitos. Esto se debe a que los individuos, ante el conocimiento previo del castigo, se verían disuadidos de actuar en esa dirección. El castigo, por lo tanto, tiene carácter preventivo y se inserta en la visión contractualista: alguna restricción era necesaria para evitar que los hombres intentaran volver al caos anterior, para evitar que intentaran usurpar el poder del soberano, constituido por las libertades dadas por las «partes contratantes» en aras de la vida en sociedad.
Por lo tanto, para Beccaria, la justicia penal, para ser socialmente eficaz, debe organizarse de modo que garantice determinados principios:
Inevitabilidad del castigo: el objetivo es convencer al delincuente potencial de que el castigo siempre seguirá a un acto delictivo, siendo así disuasorio. El indulto de los delitos equivale a fomentar la impunidad.
2. Coherencia: garantiza que a un mismo delito corresponda siempre una pena de la misma naturaleza y gravedad. Por tanto, veta la arbitrariedad de los jueces.
3. Proporcionalidad: la severidad de las penas debe reflejar la gravedad del delito y del daño causado. Así, la medida del delito está en el daño causado a la sociedad: «cuanto más sagrada e inviolable sea la seguridad ofendida, y mayor la libertad que el soberano preserva para sus súbditos», más justas serán las penas. Así, todas las penas que excedan la necesidad de proteger el vínculo social, generado por el depósito de libertad hecho por cada ciudadano, son injustas por naturaleza.
4. Celeridad: la celeridad de la pena se consideraba esencial frente a la intención disuasoria que la propia pena pretendía cumplir. El legislador debe fijar un plazo razonable para la defensa y la aportación de pruebas sin perjudicar el esclarecimiento del delito.
Partiendo de la idea utilitarista de Helvétius, Beccaria cree que la sociedad debe organizarse racionalmente para beneficiar al mayor número de individuos y evitar el sufrimiento y el dolor innecesarios, aumentando el bienestar y la felicidad de sus miembros.
Esta es la concepción mayoritaria de Beccaria: su carácter utilitarista se basaba en la defensa de que el futuro debe ser la principal preocupación de la justicia penal, en la medida en que el castigo pretende maximizar la felicidad de la sociedad. Así, el castigo sería disuasorio y no debería utilizarse si no aumentase la suma total de la felicidad.
El supuesto carácter retributivista de Beccaria es defendido por David B. Young quien, a pesar de reconocer rasgos utilitaristas en Beccaria, sostiene que el pensador era esencialmente retributivista y que incorporó ideas utilitaristas en su obra casi siempre de forma coherente. Para el crítico, el retributivismo sostiene que el criminal merece ser castigado porque violó el sistema legal del que todos se benefician. Como el criminal es él mismo un beneficiario de este sistema, no ha realizado el quid pro quo de la obediencia, lo que justifica el castigo para hacer equivalentes los beneficios y las responsabilidades. Young considera que el retributivismo está presente en la obra de Beccaria, así como en la de Immanuel Kant y Hegel, en la justificación del derecho a castigar en un hipotético contrato social y la violación de sus condiciones por parte del delincuente. Su carácter retributivista también se aprecia en la defensa de los derechos humanos del delincuente, incluso al infligir el castigo. Por otra parte, en la medida de los delitos, Beccaria, al igual que Hegel, hizo uso de ideas utilitaristas, buscando relacionar esta medida con la importancia relativa de los diferentes delitos.
Ideas principales
Entendiendo el delito como una decisión racional errónea, Beccaria los dividió en tres tipos: los que destruyen inmediatamente la sociedad o a quien la representa, los que ofenden la seguridad particular de un ciudadano en la vida y los que contradicen lo que cada uno está obligado a hacer o a no hacer. Cualquier acción no incluida en ninguna de estas categorías no puede calificarse de delito. El dogma político sin el cual no puede haber sociedad legítima, y que debe ser creído por el pueblo y expuesto por los magistrados, es la opinión de que todo ciudadano debe poder hacer cualquier cosa que no sea contraria a las leyes, sin temor a ningún otro inconveniente que pueda derivarse de su propia acción.
Sólo con la previsión de un castigo previo, escrito y publicado, la pena se convierte en un instrumento de reducción de la delincuencia. El código debe estar redactado en un lenguaje accesible al público en general para su exacto conocimiento y para la progresiva disminución de la delincuencia. De este entendimiento se derivan los principios presentados anteriormente: inevitabilidad de la pena, coherencia, proporcionalidad y celeridad. El proceso debe terminar lo más rápidamente posible, de modo que se evite al acusado los tormentos de la incertidumbre. Cuanto menor sea el tiempo transcurrido entre el delito y la pena, más fuerte será la asociación entre estas dos ideas.
Beccaria argumentó además que cuando la atrocidad de las penas, si no se oponía inmediatamente al bien público y a la finalidad misma de prevenir los delitos, sólo era inútil, también sería contraria a esas virtudes benéficas, a la justicia y a la naturaleza del propio contrato social.
La verdadera medida de los delitos sería el daño a la sociedad, dada la preocupación del Derecho por regular la convivencia social de forma armónica. En este sentido, Beccaria critica otras ideas sobre el tema. Para él, se equivocaban quienes creían que la verdadera medida sería la intención del autor. Esto se debe a que dicha intención depende de las ideas, pasiones y circunstancias de cada hombre y, por tanto, varía enormemente. Otra crítica se dirige a quienes miden los delitos más por la dignidad de la persona ofendida que por su importancia para el bien público. Por último, condena a quienes piensan que la medida del delito está relacionada con la gravedad del pecado.
Sostiene, por ejemplo, que los delitos contra la persona deben castigarse con penas corporales y que los atentados contra la seguridad y la libertad de los ciudadanos son un delito grave. El robo sin uso de violencia, en cambio, debe castigarse con penas pecuniarias. Sin embargo, dado que se trata de un delito que generalmente nace de la miseria y la desesperación, el castigo más adecuado sería el único tipo de esclavitud que puede llamarse justa: la esclavitud temporal del trabajo y la persona para la sociedad común. El robo acompañado de violencia, en cambio, debería tener un castigo corporal y servil.
Los jueces no tendrían autoridad para interpretar las leyes, dada su frecuente arbitrariedad. «Sólo las leyes pueden decretar las penas de los delitos, y esta autoridad sólo puede descansar en la obra del legislador, que representa al conjunto de la sociedad unida por un contrato social».
Así, la única forma de interpretación auténtica, aparte de la reservada al legislador soberano, sería la literal. La estricta observancia de la ley escrita representaría la garantía de que los ciudadanos ya no estarían sometidos a las tiranías de muchos, porque el espíritu de la ley entregaría al juez la vida y la libertad de cada uno, y podría conducir a decisiones contradictorias en casos iguales o similares. En cada delito, el juez debe hacer un silogismo. La ley general es la premisa mayor, el presunto hecho delictivo es la premisa menor, y la consecuencia lógica es la pena o la libertad. Cuando el juez está limitado o cuando se pueden hacer dos silogismos, se abre la puerta a la incertidumbre. Del mismo modo, la incertidumbre se produce cuando el juez realiza razonamientos erróneos o somete el análisis del hecho a su estado de ánimo.
El juez debe ser imparcial: «entonces los jueces deben ser mitad pares del acusado, mitad pares de la víctima; así, al equilibrar cada interés privado que modifica, incluso involuntariamente, las apariencias de los objetos, sólo hablan las leyes y la verdad».
Beccaria critica los diferentes castigos que recibe un mismo ciudadano en distintos tribunales. «Por esta razón, vemos los mismos delitos en el mismo tribunal castigados de manera diferente en épocas distintas, porque no hemos consultado la palabra constante y fija de la ley, sino la inestabilidad errática de las interpretaciones». Concluye que la interpretación de las leyes es un mal. El juez debe hacer un razonamiento lógico completamente independiente de factores externos.
En cuanto a las pruebas, Beccaria sostiene que las que autorizan una condena deben estar expresamente recogidas en la ley y no dejarse al arbitrio del magistrado. Sin embargo, considera la regla de que todo hombre debe ser considerado inocente hasta que se demuestre su culpabilidad.
En la misma línea, Beccaria se posicionó en contra de los juicios secretos y las acusaciones secretas, ya que podrían conducir a una condena injusta e imposibilitarían la defensa del acusado debido a su total desconocimiento. El secreto genera desconfianza entre los súbditos
La credibilidad de los testigos es proporcional a su interés en mentir, odiar o amar, es decir, a menor credibilidad mayores son los estados de ánimo del testigo, y también sus intereses particulares. Es necesario que haya más de un testigo porque, hasta el momento en que uno afirma y otro niega, nada es seguro, y prevalece el derecho que cualquiera tiene a ser considerado inocente. Por último, se destaca la falta de credibilidad en los testimonios orales, es decir, cuando se repite lo que alguien ha dicho, porque no se pueden reproducir sin vicios los gestos, el tono, las palabras exactas.
Beccaria repudia la tortura, calificándola de «crueldad consagrada», ya que se emplea «mientras se forma el proceso, o para hacerle confesar un delito, o para las contradicciones en que incurre, o para el descubrimiento de cómplices, o para no sé qué metafísica e incomprensible purgación de la infamia». El autor afirma que se trata de un método digno sólo de caníbales y bárbaros, y que es cierto que absorbe a los fuertes perversos y condena a los débiles inocentes (ya que se trata de una prueba de resistencia al dolor, no de un parámetro de verdad).
Considera que la tortura suele utilizarse judicialmente como medio para extraer la confesión de los sospechosos. Este instrumento se considera, bajo la influencia de las teorías del derecho natural y de los derechos inalienables cuya violación no puede justificarse moralmente, contrario al derecho a preservar la propia existencia del individuo. Esto se debe a que una confesión obtenida bajo tortura obligaría a los sospechosos a comprometerse, generando mayor daño y sufrimiento . La sociedad, por lo tanto, debe protección al individuo hasta que se determine su responsabilidad, sin la incidencia de procesos crueles. Así, condena, de forma extremadamente actualizada, que alguien que sólo es acusado sea tratado como culpable.
La tortura representa un riesgo: si el objetivo del castigo es aterrorizar a los inocentes para que no cometan sus delitos, ¿qué coherencia hay en torturar a un posible inocente? Una segunda incoherencia es la infamia que genera la tortura, cuando su objetivo es supuestamente eliminarla. Un tercer factor de la estupidez de la tortura es su aplicación cuando el acusado se contradice. Ahora bien, ¿cómo se puede esperar que un hombre no se contradiga cuando, incluso en paz, lo hace? ¿Cómo se puede esperar también que no invente hechos, confiese algo que no hizo o incrimine a otras personas para ahorrarse sufrimiento?
Beccaria muestra toda su repugnancia e incredulidad ante este método inhumano. Debe quedar claro que en ningún momento se opone a los castigos violentos o crueles, sino a la tortura como método de obtención de pruebas.
Todos los individuos tienen el derecho fundamental a la vida, que no puede ni debe ser irrespetado por otros, incluido el poder soberano del Estado. Rousseau defiende la necesidad de la pena de muerte para salvaguardar a la sociedad de ese malhechor que ha atentado contra el derecho social. Beccaria impide que su sensibilidad jurídica y su humanitarismo se ajusten a estas ideas rousseaunianas. Para él, la pena de muerte es perjudicial para la sociedad por el espectáculo excesivamente cruel que ofrece y la considera inocua por su efecto intimidatorio sobre la persona del autor o de sus conciudadanos.
En el pacto social, los hombres no depositaron su derecho a la vida en el soberano. Si lo hubieran hecho, esto sería ilógico, en la medida en que la razón primordial de la creación de la sociedad es asegurar más eficazmente el derecho del hombre a vivir.
Para él, al igual que la pena de muerte, poner precio a la cabeza es totalmente inútil. Si el criminal no está en su país, tal actitud hará que los ciudadanos también cometan un delito, el de asesinato, e incluso puede golpear a un inocente. Y si el criminal está en su país, tal actitud mostrará la debilidad de su gobierno. Además, poner precio a la cabeza conduce a un conflicto entre normas, porque al mismo tiempo que el legislador castiga la traición, la autoriza.
Beccaria cree que es mejor prevenir los delitos que castigarlos y que la prevención debe ser el fin principal de toda buena legislación. Esta noción de prevención sería la base de una nación equilibrada. Sin embargo, sostiene que los medios utilizados hasta ahora son generalmente falsos y contrarios al fin propuesto. Para el autor, prohibir muchos actos no es prevenir los delitos que puedan originarse a partir de ellos, sino crear otros nuevos. Por lo tanto, aumentar el ámbito de incidencia de los delitos es aumentar la probabilidad de que se cometan. El autor cita a continuación algunos medios para prevenir los delitos, entre los que destaca la necesidad de leyes claras y sencillas, defendidas por toda la nación, sin que nadie se esfuerce por destruirlas. Otra forma de prevención del crimen sería la ilustración de la nación por la ciencia y la razón para alcanzar la libertad. Beccaria menciona también otras formas de prevenir el crimen, entre las que se encuentran la eliminación de la corrupción de los magistrados y la recompensa de la virtud. La forma más segura pero más difícil de prevenir la delincuencia es mejorar la educación. Sin embargo, el autor informa de que este tema es muy amplio y excede los límites a los que se proponía analizar, ya que es un tema que afecta muy intrínsecamente a la naturaleza del gobierno.
Además de los ideales centrales del pensamiento de Beccaria expuestos anteriormente, hay muchos otros que merecen ser considerados. Entre ellos se encuentra la discusión sobre los delitos de difícil prueba. Los delitos frecuentes de difícil prueba son el adulterio, la pederastia y el infanticidio. La acción del delito de adulterio es considerada por el autor como instantánea y misteriosa, por lo que el legislador es quien debe prevenir y corregir las consecuencias de este delito. Según Beccaria, existe una regla general según la cual todo delito que debería quedar impune, la pena se convierte en un incentivo. El adulterio y la pederastia son frecuentes porque existe una atracción física natural, por lo que el autor considera que es más fácil para el legislador determinar medidas preventivas que reprimirlos cuando ya están establecidos. En cuanto al infanticidio, el autor lo ve como el resultado de una contradicción inevitable, en la que hay una persona que ha cedido por debilidad o violencia. Así, la mejor manera de prevenir este crimen sería proteger, con leyes eficaces, la debilidad contra la tiranía. Beccaria concluye con una consecuencia general de los tres delitos: «la pena de un delito no puede llamarse precisamente justa mientras la ley no haya adoptado los mejores medios posibles para prevenirlo (…)».
La noción de falsa utilidad también está presente en las ideas de Beccaria. Elaboradas por los legisladores, se consideran fuente de errores e injusticias. Para el pensador, las leyes que prohíben llevar armas tienen este carácter de falsa utilidad, porque desarman a los ciudadanos pacíficos, mientras que los delincuentes conservan sus armas. Así, no tendría ninguna utilidad real desarmar a inocentes. Además de lesionar la libertad individual, los inocentes serían sometidos a inspecciones a las que sólo deberían ser sometidos los transgresores.
Conclusión
La obra de Beccaria tuvo un éxito inmediato en gran parte de Europa. Fue aclamada no porque su contenido fuera en absoluto original, puesto que muchas de las ideas ya permeaban la discusión europea, sino porque representaba el primer intento exitoso de presentar un sistema penal coherente y lógicamente construido. Tal sistema era la propuesta para sustituir las prácticas confusas, inciertas, abusivas e inhumanas que entonces eran inherentes al derecho penal y al sistema punitivo de su época. Su propuesta fue deseada y apoyada por la opinión pública y apareció en un momento de creciente revuelta contra el absolutismo y el despotismo. Fue el producto de una época entregada a cuestionar la santidad y utilidad de las instituciones sociales entonces imperantes.
Hay quienes consideran que su obra no era más que una propiedad espiritual de los grandes filósofos franceses de su época. Tal corriente de pensamiento cree que los acontecimientos significativos de la historia están determinados por fuerzas impersonales y, en su mayoría, materiales. El sujeto, por tanto, no es visto como el centro de la obra y el desarrollo, sino como una mera herramienta de la gran masa en la que está inmerso -este es el pensamiento de Karl Marx, con las nociones de multitud y movimientos de masas. Es una teoría tentadora en el caso de Beccaria. Sin embargo, aunque esté permitido y, de hecho, sea esencial reforzar la comprensión de que, en un determinado momento de la historia de la criminología, ciertas ideas y teorías estaban «en el aire», no es posible afirmar con certeza que, debido a la fuerza inmanente de las circunstancias de ese momento, incluso sin la presencia de Beccaria, la historia de la criminología habría seguido el mismo curso.
Enrico Ferri, miembro de la llamada Escuela Positivista de Criminología, reconociendo la deuda del positivismo con la Escuela Clásica, insistió, al mismo tiempo, en que era necesaria una reforma drástica de la justicia penal:
«La misión histórica de la Escuela Clásica consistía en una reducción del castigo…. Hoy seguimos esta misión práctica y científica, pero añadimos al problema de la reducción del castigo el de la reducción de la delincuencia»
Afirmó que la obra de Beccaria y sus sucesores había sido más sentimental que científica y que promovía pocos avances en relación con lo que se defendía en la Antigüedad y en la Edad Media, porque se basaba en conceptos obsoletos de libre albedrío, culpa y responsabilidad. Criticó que, como en medicina, era necesaria la prevención, que era, en su opinión, más importante que el castigo o incluso la curación, pero que había sido totalmente ignorada por la Escuela Clásica. También defendió la necesidad de un sistema científicamente planificado. Esta ignorancia señalada por Ferri en relación a la Escuela Clásica, en cuanto a la prevención del delito, puede ser cuestionada, en la medida en que el propio Beccaria había señalado que el fin último de toda buena legislación sería la prevención, lo que, para él, podía lograrse por diversos medios: leyes claras y precisas; fin de la corrupción en la administración de justicia, entre otros.
Cabe señalar que sin la perspectiva y el reconocimiento de que la obra de Beccaria fue el primer intento de su época de presentar un sistema penal coherente y lógicamente construido, un lector actual puede reconocer pocas novedades en la obra. Esto se debe a que lo que Beccaria propuso en el año 1764 se ha logrado en gran medida en el mundo moderno. Sin embargo, es importante recordar que fue Beccaria quien desempeñó un papel esencial en la consolidación de las prácticas penales evaluadas en la actualidad. En su obra es posible encontrar prácticamente todas las reformas en la administración de justicia penal y en la penalogía que se han consolidado desde el siglo XVIII.
Por supuesto, este reconocimiento no debe estar exento de crítica, pues hoy se discute la posibilidad de penas alternativas y las nuevas perspectivas de la ciencia llamada criminología. Sin embargo, fueron las ideas de pensadores como Beccaria las que permitieron que la crítica se construyera sobre ellas, permitiendo, en consecuencia, el desarrollo de nuevas ideas. Como argumenta Piers Berne, hay que tener cuidado con los cánones tradicionales del historicismo, que suele señalar a la Escuela Clásica y a la Escuela Positivista como antagónicas, bajo el riesgo de debilitar toda la complejidad de la discusión y quedarse en acusaciones superficiales que acaban relegando a la Escuela Clásica en la prehistoria de la criminología.
1762: Del disordine e de’ rimedi delle monete nello stato di Milano nell’ anno 1762
1764: Dei Delitti e Delle Pene – Versión italiana’ Traducciones’: 1766 – Francés – Cabe señalar aquí que, en 1765, el abate André Morellet preparó una traducción francesa del libro, en la que alteró considerablemente el contenido del manuscrito original. Esta traducción sirvió de base para varias ediciones. Así pues, existen versiones del libro que llevan alteraciones realizadas por personas distintas de Beccaria. Si estas intervenciones se consideran mejoras editoriales legítimas o injerencias ilegítimas es una cuestión de opinión .1767 – Alemán 1768 – Inglés y neerlandés 1774 – Español1802 – Griego1803 – Ruso
1804: publicación de las conferencias sobre Economía Política pronunciadas por Beccaria en la Escuela Palatina de Milán entre 1768 y 1771 – Elementi di Economia Pubblica
En 1765, la Sociedad Económica de Berna le concedió una medalla de oro por su trabajo, elogiándole como ciudadano y alabando también su labor humanitaria.
En 2014, de cara al 250 aniversario de la publicación de Dos Delitos e Das Penas, se realizaron numerosos debates y homenajes sobre la contribución de Beccaria y su influencia en la actualidad. En Brasil, se publicó el libro Beccaria (250 años) y el drama del castigo penal, de Luiz Flávio Gomes.
Muchos principios presentados en Dos Delitos e Das Penas se incorporaron al texto constitucional norteamericano y pensadores como Jeramy Bentham se vieron influidos por las ideas de Beccaria. Sin embargo, fue en la Revolución Francesa cuando se consagraron los principios defendidos por él, más concretamente en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y en el Código Penal francés de 1791, 1795 y 1810.
Hoy en día se hacen muchos esfuerzos para prevenir y reducir la delincuencia, pero aún no han producido efectos satisfactorios debido a los defectos de los sistemas adoptados. El sistema penitenciario moderno no ha conseguido prevenir la delincuencia ni resocializar eficazmente a los delincuentes.
La pena sigue siendo considerada hoy en día como la violencia de uno o muchos hacia los individuos, sin embargo, no ha dejado de asumir la condición de medida esencialmente pública, todavía aplicada proporcionalmente a la gravedad del delito, pero necesaria en vista de los métodos actuales de represión. El proceso penal sigue siendo obsoleto y largo debido a la necesidad de garantizar una investigación imparcial y el derecho a la defensa.
Vemos la influencia de Beccaria en propuestas como la penalización de la corrupción, destinada a reducir su incidencia. Es la idea del castigo con intención preventiva -que goza de una eficacia cuestionable. Esta idea del castigo como disuasivo también se evalúa en la creciente incorporación de tipos penales en los diversos códigos penales, como el brasileño, que a pesar de esta propuesta, no logró reducir su incidencia. Todo lo contrario, el índice de crímenes presenta una tendencia casi constante de crecimiento.
Fuentes
- Cesare Beccaria
- Cesare Beccaria
- ^ Il nome di «marchese di Beccaria», usato talvolta nella corrispondenza, si trova in molte fonti (tra cui l’Enciclopedia Britannica) ma è errato: il titolo esatto era «marchese di Gualdrasco e di Villareggio» (cfr. Maria G. Vitali, Cesare Beccaria, 1738-1794. Progresso e discorsi di economia politica, Paris, 2005, p. 9. Philippe Audegean, Introduzione, in Cesare Beccaria, Dei delitti e delle pene, Lione, 2009, p. 9.)
- ^ John Hostettler, Cesare Beccaria: The Genius of ‘On Crimes and Punishments’, Hampshire, Waterside Press, 2011, p. 160, ISBN 978-1-904380-63-4.
- ^ Renzo Zorzi, Cesare Beccaria. Dramma della Giustizia, Milano, 1995, p. 53.
- ^ a b c d e Pirrotta, art. cit
- ^ Maria G. Vitali in: Cesare Beccaria, 1738-1794. Progresso e discorsi di economia politica (Paris, L’Harmattan, 2005, p 9; Philippe Audegean, Introduzione, in Cesare Beccaria, Dei delitti e delle pene, Lione, ENS Editions, 2009, p. 9); Renzo Zorzi, Cesare Beccaria. Dramma della Giustizia, Milano, Mondadori, 1995, p. 53
- ^ Fridell, Ron (2004). Capital punishment. New York: Benchmark Books. p. 88. ISBN 0761415874.
- ^ Hostettler, John (2011). Cesare Beccaria: The Genius of ‘On Crimes and Punishments’. Hampshire: Waterside Press. p. 160. ISBN 978-1904380634.
- ^ Anyangwe, Carlson (23 September 2015). Criminal Law: The General Part. ISBN 9789956762781.
- ^ Schram, Pamela J.; Tibbetts, Stephen G. (13 February 2017). Introduction to Criminology: Why do They do It?. ISBN 9781506347554.
- Le nom de marquis de Beccaria – que l’on trouve dans de très nombreuses sources (dont l’Encyclopædia Universalis) – semble erroné : on reprend ici la dénomination adoptée par Maria G. Vitali-Volant (Cesare Beccaria, 1738-1794 : cours et discours d’économie politique, Paris, L’Harmattan, 2005, p. 9) et par Philippe Audegean («Introduction», dans Cesare Beccaria, Des délits et des peines. Dei delitti e delle pene, Lyon, ENS Éditions, 2009, p. 9). Dans sa biographie de Beccaria, Renzo Zorzi (Cesare Beccaria. Il dramma della giustizia, Milan, Mondadori, 1995, p. 53) a en effet rappelé que, comme l’ont établi des recherches récentes, le grand-père de Beccaria a obtenu son titre de noblesse en acquérant en 1711 les deux fiefs de Gualdrasco et de Villareggio : Cesare est donc le troisième marquis du nom.
- C. Beccaria, Des délits et des peines, introduction (trad. Philippe Audegean, Lyon, ENS Éditions, 2009), p. 145.